La arquitectura "singular" de La Manga, protagoniza la exposición de Frédéric Volkringer, en el Palacio Consistorial de Cartagena

'La Manga Plage' son 35 fotografías en blanco y negro, que hace un recorrido por los edificios más emblemáticos de la zona


Miércoles 21 Abril 2021  |  Visto: 888 veces  |  Versión Imprimible


Fotografía Manga Plage


Frédércic Volkringer es un artista francés, afincado en la Región de Murcia, que en los años 70 descubrió La Manga. Desde entonces no ha dejado de sorprenderle la singular edificación de esta zona de la Región de Murcia. Construcciones que ha ido fotografiando desde 2007, en blanco y negro, y que ha reunido en la exposición 'La Manga Plage' que estará en el Palacio Consistorial de Cartagena hasta el 4 de junio

La exposición fue inaugurada este jueves 22 de abril, a las 12:30 horas, en sala Tomás Rico del Palacio Consistorial de Cartagena con la presencia del fotógrafo y del concejal del área de Cultura, David Martínez Noguera


Atenderán a los medios de comunicación el artista, que estará acompañado por el concejal del área de Cultura del Ayuntamiento de Cartagena, David Martínez Noguera


 

Al sureste de la península ibérica un cordón litoral, La Manga, abrazo del Mar Menor, es territorio entre una laguna costera salada y el Mediterráneo, con formaciones de fondos limosos, arenosos, algas y plantas marinas.

Las crónicas recuerdan que hasta el siglo XVI La Manga estuvo revestida de una espesa cubierta vegetal, un boscoso sabinar, sabina de las dunas, con enebro marítimo y pino carrasco, una fronda que fue arrasada por orden del rey Felipe II para evitar que los piratas berberiscos se ocultaran en la espesura.

Digamos que aquel acto fue el inicio que dio pie a lo que habría de llegar.

En la segunda mitad del siglo XX se empieza a urbanizar La Manga, si bien, aún queriendo conservar la vegetación dunar, será la abertura de fronteras a la industria del turismo lo que provoca una explosión, y la explotación de una urbanización frenética donde el hormigón era la repuesta sin planificar. Pero fue en la década de 1960, cuando el desarrollo urbanístico obvió los valores naturales de La Manga, a excepción del pequeño istmo al norte del canal del Estacio, donde Salinas y Arenales siguen siendo espacios protegidos.

Ahí sobreviven, a malas penas, dunas como el barrón, la margarita marítima, el cardo marino y la azucena de mar, la zanahoria o la esparraguera del mar menor, conservándose la escasa y extinta flora en los solares urbanizables. Lo que sin duda y afortunadamente no encontrarán, dirán algunos, es la fauna de jabalíes y venados de antaño, las tortugas bobas o las foca monje que venían a desovar a sus playas, fauna que ha sido sustituida por el espécimen turista.

La Manga del Mar Menor se ha convertido en un centro de vacación atractivo para el viajero y desmadejado y caótico en su naturaleza. Donde antes ululaban los vientos y su silencio, los dos mares de arena y las dunas de vegetación salvaje, hoy campa un innegable desconcierto urbanístico. El hábitat natural en su esplendor ha sido sustituido por el hormigón, el hierro y el cemento en completo galimatías.

Puede que no nos guste la realidad representada en estas fotografías, mas son paisajes urbanos vestigios de la arquitectura del boom turístico de los 60, y están ahí, lo queramos o no, fueron construidos con inmediatez y falta de perspectiva, es un hecho.

En cambio, no pretenden estas fotografías realizadas en blanco y negro ser leídas en modo denuncia o con un tono pesimista, tan solo interpretemos la muestra de lo que la codicia, la ambición, la insensatez y la estulticia humana pueden crear.

La muestra de lo que no queremos a partir de ya.

Miremos estas fotografías silenciosas, respetuosas, con benevolencia, con visión desenfadada, a veces con el enfoque más humorístico e indulgente pero siempre esperanzado, ya que aún estamos a tiempo de recuperar este paisaje único y de excepción en el planeta tierra.

 

Siempre hay alguien parado e invisible, en el interior de cada una de estas fotografías, observando en silencio y con mucha atención justo lo mismo que Frédéric Volkringer ha querido captar con su cámara. En silencio de arena, intentando de algún modo descifrar el misterio que rodea a estos escenarios que ahora habitan en calma en ‘Manga Plage’. De modo sutil, sin aspaviento alguno y con mirada inteligente atrapados, he aquí el paraíso perdido por la torpeza de la mano del hombre; y he aquí, también, la belleza en forma de luz y de aire puro, de infinito horizonte, que la naturaleza le devuelve, pese a todo, a su invasor.

Artista meticuloso que huye de las trampas de una belleza servida a la carta, de espíritu crítico y mirada desprejuiciada, Frédéric Volkringer participa del mismo modo de entender el trabajo fotográfico que Paul Strand: «Mira a las cosas que te rodean, al mundo inmediato que te circunda. Si estás vivo significará algo para ti, y si te importa la fotografía y sabes usarla buscarás crear imágenes llenas de sentido». Y claro que está de acuerdo con esta confesión del sociólogo y fotógrafo Lewis Hine (1874-1940): «Si pudiera decirlo con palabras, no iría todos los días cargado con mi cámara». Y lo está porque a él le sucede lo mismo, que se esquina ante las palabras y, sin embargo, a la caza pacífica de imágenes se adentra de frente en los recovecos y las manos abiertas que la vida le ofrece.

Si en su día no tan lejano ideó la serie de fotografías/historias ‘La toux bleue’, un complejo y árido viaje a la maternidad, en blanco y negro, poblado de imágenes crudas, surrealistas, desprovistas de ternura, como arrastradas por un viento frío o recién sacadas de la nevera; y más tarde la Fundación Pedro Cano de Blanca acogió su muestra ‘Desahucios iconográficos’, que tenía a los objetos, que son carne de publicidad y que se venden, se compran, se alquilan, se agotan, se pudren, te hipotecan, se pierden, te olvidan... como protagonistas, ahora el fotógrafo se ha centrado en un lugar único donde conviven el cielo y el error, la magia y el abandono, el placer y la especulación.

Frédéric Volkringer, un excelente y pausado artista que dota a sus obras de toques de humor y de surrealismo, al tiempo que consigue inundar de tonos poéticos sus imágenes, ha realizado en los últimos tiempos proyectos que denuncian los peligros y maltratos que se ciernen sobre espacios naturales tan irrepetibles sobre el Mar Menor. Por favor, si William Morris decía que «a este otoño le falta una pistola», ¿qué hace falta para que se imponga el sentido común a la hora de proteger la naturaleza?

Unos versos de T. S. Eliot proclaman: «Leo durante gran parte de la noche, y en invierno parto hacia el sur». En busca de sol y de brazos desnudos, de más tiempo de vida en la calle y de balcones abiertos, de deseos de brindis y de baños al aire libre. Mucho de ese sur ofrece este territorio, con sus heridas y anhelos de futuro, que Frédéric Volkringer muestra ahora en Cartagena. De un modo muy sencillo, sin ánimo de laberinto y con deseo de entendimiento. Es muy largo el camino y escaso el tiempo.



 

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  • Fecha de última revisión de esta sección: 16/04/2024
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  • Fecha de última actualización del portal: 16/04/2024

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